jueves, 22 de septiembre de 2011

I: Abril del '99

El pequeño entró sigilosamente a la biblioteca de su casa. Era una habitación de tres por tres metros, estantes de madera en las paredes, atiborrados de libros. El niño recorrió los estantes con los ojos, desde el piso hasta el techo. Admiró los ejemplares, desde gruesos libros empastados, hasta revistas que habían pertenecido a sus padres y abuelos; ejemplares que se habían acumulado con los años y yacían allí, empolvados; esperando que alguien les dé nuevo uso; esperando un par de ojos que quieran posarse amablemente sobre sus páginas.

No tenía más años que dedos en las manos  pero ya le había cogido gusto a la lectura. Quizá haya sido por ese libro de "El Pequeño Vampiro" que sus padres le dieron algún tiempo atrás, quizá no, pero de que le gustaba no había duda. Volvió a recorrer con los ojos la estantería y divisó algunos cajones. El sabía que estaban cerrados con llave y siempre se preguntaba que esconderían; consideró intentar abrirlos, pero desechó rápidamente la idea: hasta que no se agenciara la llave, no sería posible.

El niño registó rápidamente los estantes, una última vez. Acto seguido, comenzó a recolectar los tomos que le habían parecido atractivos: un par de historietas, un libro de tapa gruesa "Cien Años de Soledad" y, ¿Por qué no?, un diccionario. 

Tuvo que hacer unos cuantos malabares para conseguirlos; era un crio de bajísima estatura, incluso para su edad; así que tuvo que pisar algunos libros grandes para llegar. Ya con el botín en brazos se dirigió hacia la puerta, sólo para darse de cara con su madre.

-¿Se puede saber qué haces? ¿Acabaste tu tarea de matemáticas? ¿Ya estudiaste? ¿Ya te sabrás todo no? - Dijo en tono inquisidor

El mocoso bajó la mirada.

-¡Toda la vida es lo mismo contigo! ¿Hasta cuándo? Ven acá tremendísimo haragán.

Lo cogió del brazo y lo llevó consigo. El niño soltó los libros y trastabilló, pues su madre caminaba muy rápido. Aunque casi cae en dos ocasiones, se las ingenió para llegar en pie a la mesa de trabajo. Madre e hijo se sentaron, uno al lado del otro. Se escuchaba ruido en la cocina, sus tías conversaban en voz baja sobre la vecina. El niño intentó prestar atención a la conversación, esas conversaciones siempre eran graciosas.

-¿Ya? ¿Dónde está tu fólder de ejercicios? - Dijo la madre

El asustado niño se paró tan torpemente que esta vez sí cayó al suelo. Se puso de pie nuevamente y corrió hacia el otro lado de la habitación, donde estaba su maleta con rueditas. De allí sacó un fólder, cuidadosamente forrado con papel lustre verde y vinifán, y regresó a la mesa con él.

-Bien, empieza. - Le instó su madre.

-¿Puedo ir al baño primero? - Preguntó el niño.

-No te demores. - Respondió la madre con frialdad

El niño se paró tímidamente del asiento y salió de la habitación. Una vez estuvo fuera de la vista de la madre, tomó un pequeño desvío: el botín debía ser recuperado. Regresó a la biblioteca, recogió los libros y se los llevó al baño. Cerró cuidadosamente la puerta y se sentó en el piso a leer.

Llevaba un rato leyendo una historieta cuando escuchó pasos acercarse.

-¿Ya? - Se oyó la voz de su madre a través de la puerta.

-Estoy ocupado. - Canturreó el niño con molestia.

-¿Estás estreñido?

-Un poco. - Mintió.

Los pasos se alejaron. El niño optó ahora por el libro de tapa gruesa.

-No entiendo nada. - Se dijo a sí mismo.

Tomó el diccionario y comenzó a hojearlo. Se alegró al ver que era ilustrado, y buscó la palabra "Vampiro". La decepción surcó su rostro al no encontrar ilustraciones de vampiros; las ilustraciones que venían en el libro "El Pequeño Vampiro" nunca le parecieron satisfactorias, en especial la de Anton, el protagonista de la saga. Siempre quiso saber cómo sería el chico en realidad, le gustaría conocerlo y pasar sus aventuras también. Anton tenía una vida interesante.

Se oyeron pasos acercarse:

-Corazón, estamos haciendo ponche. ¿Vas a querer? - La voz de su tía

-¡Si! - Contestó el pequeño animadamente. ¿Cómo podría negarse a esa delicia? Claras de huevo a punto nieve con azúcar, no lo cambiaría ni por mil libros, ni loco.

Sin embargo, se tomaría un momento más para seguir hojeando el diccionario. Se detuvo en una página dónde aparecían un hombre y una mujer, completamente desnudos. El niño se quedó absorto por un rato, mirando los genitales del hombre. Se escucharon pasos nuevamente.

-Corazón, apúrate que se acaba. 

Cerró el diccionario de golpe, lo ocultó junto a los otros libros tras el inodoro y salió del baño. Ahora que lo pensaba, se imaginaba a Anton como un chico bastante guapo.

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